Mesa 41. Homo ludens. Sociabilidad, deporte y tiempo libre en las sociedades contemporáneas

Notas sobre juego, antagonismo y agonismo

  • Villa, María Eugenia (UNLP)
  • Nella, Jorge (UNLP)
  • Saccardo, Fernando (UNLP)
Resumen

Sostenemos que el “juego” es una convención que se ajusta a un régimen de verdad, que nos dirá entre otras cosas: ¿a qué jugar?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿con quién?, ¿quiénes? Ajustarse a un régimen de verdad, o más bien producirlo, es la función del juego. El juego produce régimen de verdad, produce “otredad”, en tanto que identificamos quien es jugador, y quien no, quien puede jugar y quien no.
En función de estas convenciones, este trabajo se propone poner en diálogo, a partir del trabajo de Giorgio Agamben “Notas sobre la guerra, el juego y el enemigo”, las posiciones de Carl Schmitt y Johan Huizinga respecto al análisis político del juego, en tanto categorías de “amigo” y “enemigo”.
Para Schmitt hay política en tanto se presupone una guerra, en la cual, a su vez, en tanto acto serio, no hay lugar para el juego. Por lo que el juego no sería político. Ya que lo político parte de la base de la enemistad, de su relación con la guerra y la posibilidad de la eliminación física del otro. Lo que Agamben da cuenta es que, para que la doctrina de Carl Schmitt se sostenga es porque dicha concepción produce la idea de que una vida humana puede ser eliminada –el homo sacer– si nos basamos en un orden jurídico, conceptual y político que lo legitime.
Frente a esta concepción de Schmitt, Agamben recupera el carácter agonal de las guerras que nos plantea Huizinga. Las guerras, al menos en su núcleo más antiguo pertenecen a la esfera del juego y, por más que hayan evolucionado históricamente en otras direcciones, señala necesario volver a situarlas dentro de este paradigma para comprender su función originaria.
La tesis de Huizinga es que el juego es agón, y en tanto lucha y rito es lo que organiza la forma en que se va constituyendo la cultura, estructurada como juego agonal. De esta manera, nos permite pensar una forma distinta de abordar el problema de la guerra en Schmitt, ya que desde lo agonal nos conduce a la posibilidad de no fundamentar la misma desde la relación enemigo y su eliminación física.
Siguiendo a Huizinga, el fundamento de una guerra agonal no es la posibilidad de eliminación física sino una consecuencia de la puesta en práctica de todo un sistema ritual que se sostiene más en la idea de igualdad de derecho sobre el bien en disputa, que desde un lugar de enemistad en el sentido de un otro que desea mi muerte.
Así, la función política del juego, por supuesto opuesta a lo que pensaba Schmitt, es incluir al excluido. Aquel que en el imaginario hegemónico de lo real es destituido, echado, postergado. Este juego al que hacemos referencia es el juego de la educación, aquel que se basa en la PRODUCCCIÓN de las revisiones de las convenciones, en otra política y otra subjetividad, donde el juego sea el elemento primordial y no la eliminación del otro, en donde se piensa en el otro, en aquel que aún no fue incluido en el juego, en tanto relación igualitaria para ser reconocido dentro del mismo.